Carlos Monsiváis
Viviendo o sobreviviendo con el narco
Las fotos y las escenas televisivas sí le dieron para honrar la frase, “la vuelta al mundo”. Policías y soldados protegen a los niños de un colegio de Tijuana que oyen los disparos intensos a un par de cuadras, en otro de los enfrentamientos del crimen organizado y las autoridades todavía confundidas. En el 2008, año de gracia y desgracia, el narcotráfico ha sojuzgado las conversaciones en y sobre el país, ha insistido en la ampliación del vocabulario.
levantones: secuestros ostentosos cuyo fin es la eliminación de alguien con “deudas” con algún cártel;
secuestros: industria delincuencial en pleno desarrollo, la más sucia y abominable de todas, que es el nuevo gran temor de las sociedades latinoamericanas;
maquila del secuestro: grupos de hampones menores que secuestran casi al azar, fiándose de la apariencia (aspecto, automóviles, relojes, colonias residenciales) y le “venden” luego el “botín” a un grupo seriamente organizado;
pozolear: meter la cabeza de un secuestrado en un baño de ácido y seguir así hasta desaparecer el cadáver (“Que no queden huellas”); exigencia de mano dura: aspiración colectiva cuyas consecuencias más visibles aún tienen que ver con la violación de los derechos humanos de grupos de edad o personas ajenas al narcotráfico, sobre todo en colonias populares.
Al respecto del narco todo en esta etapa se centra en la anécdota, y las anécdotas congregadas son la pequeña gran historia de la sociedad. En varias regiones del país se compila en casi todas las reuniones esa otra síntesis del capitalismo salvaje. Y las preguntas que suscitan el flujo anecdótico suelen ser de esta índole: “¿Te acuerdas de Juan Alberto, el hijo de la señora Pérez (o Gutiérrez o Hernández o López o…)? Pues lo mataron hace unas semanas, lo torturaron feísimo, ahora me explico sus viajes a Las Vegas, y eso que era de Celaya”. O bien: “Antenoche levantaron a…” Leer más >>>
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