López Obrador y las elecciones presidenciales de 2012
Miguel Ángel Ferrer
Rebelión
La multitudinaria concentración del domingo 25 de julio en el Zócalo de la ciudad de México confirmó lo que todo el mundo sabía, pero que no todo el mundo estaba dispuesto a reconocer: la enorme y actual fuerza social y política del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador. De nada sirvieron los esfuerzos de tres años del gobierno panista en los medios de comunicación afines por borrar o disminuir la indiscutible fuerza política del tabasqueño y de su movimiento de resistencia a los actos del poder usurpado en 2006.
Pero López Obrador sabe perfectamente que encabezar un enorme movimiento popular y obtener la mayoría de los votos en una elección presidencial no bastan para llegar a la Presidencia de la República. Así ocurrió en 2006. Es lógico, en consecuencia, que AMLO tenga claro que de nada sirve ganar la Presidencia en las urnas si la fuerza de su movimiento es incapaz de impedir un nuevo fraude electoral.
Aquí está la clave del asunto. El sistema electoral está corrompido. Y las muestras más evidentes son el Instituto Federal Electoral (IFE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Ambas instituciones están en manos de personeros del régimen pripanista. Y la tarea básica de ambas consiste en cerrarle el paso a cualquier opción partidaria que ponga en peligro ese sistema autocrático.
Dicho en términos tradicionales, el sistema electoral está dominado por la derecha y por la extrema derecha. ¿Cómo pensar entonces en la posibilidad de que sólo a fuerza de sufragios llegue al poder una organización representativa de la izquierda, aunque se trate de una izquierda puramente electoral y sin asomo de radicalismos, como, en este caso, la que encabeza López Obrador?
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