Publicado en el Sendero del Peje (Agosto de 2006)
La esencia
Noto algo diferente en este movimiento, por más que los pacíficos quieran hacernos creer que se trata de unos nacos desmadrosos y estúpidos, que siguen como borregos a un malvado líder demoniaco al que ven como a un dios; lo que se percibe es la trascendencia, que en este caso no debe confundirse con la importancia, sino con la permanencia.
En los ojos de la gente se observa el hartazgo de todo, de esta vida bajo el yugo neoliberal. Hay muchos, muchísimos que están cansados de la pobreza y la ausencia de futuro, del hambre y de la inseguridad de seguir viviendo en el filo de lo inhumano.
Pero entre los afortunados que tienen algo, un trabajo, alimento y ciertas comodidades, priva la desesperación y el coraje por la incertidumbre de la situación laboral y la estabilidad social, por la creciente dificultad para encontrar un sitio en la sociedad, no sólo para ellos, sino para sus hijos.
Pero, además, entre quienes han tenido acceso a la educación y gozan de una mejor situación laboral, académica y social y si no quisiéramos aceptar que viven con la vergüenza y la preocupación por esa gran parte de población que se revuelca en la miseria de todo tipo, hay muchísimos hartos de la falta de pensamiento, de cultura, de coherencia y llenos de rabia por los años y años, agudizados en los últimos cinco y medio, de ser tratados como retrasados mentales, como si estuvieran carentes de capacidad de análisis y decisión; cansados de recibir explicaciones en las que se nota la ausencia total de cualquier tipo de ejercicio mental (recordar los patos que opinaron que el nuevo aeropuerto se construyera en Atenco).
Porque muchos se han dado cuenta de que el país no puede vivir otros seis años con esta dinámica de entrega total al dinero y a los capitales y pérdida no recuperable para nosotros, que solamente observamos como se reparten el pastel.
Porque se antoja insoportable que todos los espacios para el pueblo, en la toma de decisiones, en la educación, en la salud, en la recreación, en la simple existencia serán vendidos y vedados para los habitantes de esta tierra.
En general me parece cálida y solidaria la actitud de la gente, pero en algunos momentos, cada vez más frecuentes encuentro en su mirada el brillo del México profundo, de ese México del que nos habló Guillermo Bonfil Batalla, que está ahí, quieto, dormido, tan invisible que pareciera que nacimos para el yugo, para agachar la cabeza y decir “pos ya ni modo”, “mande usted” “con su permiso”, pero del que debemos cuidarnos incluso nosotros mismos.
Es lo malo de aguantar tanto, cuando se dice hasta aquí no hay marcha atrás, se va con todo y sin importar lo que suceda, total ¿qué se puede perder? Así mira la gente que sale a las ventanas y a los balcones al paso del pequeño contingente que se dirige a una acción de resistencia civil y que grita consignas, que saluda a los iguales, con la alegría de la pertenencia social, que enseña a los pequeños a gritar: voto x voto y marcha con ellos; en todos esos ojos se distingue la determinación imbatible, la fuerza de la convicción.
Es un asunto de clase, dicen y efectivamente, los ataques, tanto verbales como físicos, de los pacíficos están completamente teñidos de la rabia por ver a los inferiores sublevarse, pretender que tienen derecho a opinar sobre sus vidas y sobre su país, el de todos.
Así llegó un prominente panista y yunquista, pacífico, a desgarrar con un cuchillo las mantas y a aventar las sillas del campamento, gritando insultos como: “nacos, pobres, mugrosos e hijos del Peje”.
Hay una desprecio de clase en el artículo en el que Denisse Dresser “se confiesa” como perteneciente a la clase media alta y relata sus peripecias para obtener educación superior, en todo el sentido del término y un nivel de vida superior también, pero que, como ama a su país y se preocupa por sus habitantes, incluída su servidumbre, votó sin estar muy convencida por López Obrador y ahora se arrepiente de ver la violencia que ha generado por su solos capricho, porque ella no encuentra “ninguna evidencia del fraude”.
También hay una gran conciencia de clase en el reclamo de la mujer del baño del Sanborns que hizo un escándalo porque no había papel y se puso a gritar que los perredistas se roban el papel, al tiempo que sacaba metros y metros del rollo para secarse las manos.
Pero simultáneamente, hemos tenido la oportunidad de ver a alguien que podría parecer pacífico llevar la cajuela de un BMW lleno con acopio para el campamento, o al sesentón altísimo y rubio de ojos verdes, que todo el tiempo negó ser extranjero y que se sentó a escuchar el discurso dominical de Andrés Manuel, del 13 de agosto y que, con lágrimas en los ojos señaló “está hablando como presidente” “es su mejor discurso” “yo conozco la pobreza de la que habla, porque mi esposa es una india mixteca de Oaxaca” y, finalmente “ha cruzado el Rubicón y ya no hay retorno”; como despedida dejó billetes en el bote de cooperación.
Tuve la oportunidad de hablar con un pacífico tranquilo, un hombre joven que en un semáforo me pidió que bajara el vidrio, lo hice con temor y me preguntó si no me he arrepentido de votar por LO, que si estoy segura de que hubo fraude y por qué; escuchó atentamente todas mis respuestas y cuando cambió la luz del semáforo, le dije que entrara a los blogs para conocer las información precisa y se fue sin atacar, dejando en mí un sentimiento de reconciliación social.
Hay hitos en la historia de nuestro país, en los que la gente se cansó, se hartó y surgió el México profundo con sangre, con guerra y con destrucción. Por ello valoro mucho más a Andrés Manuel, porque tiene conciencia de ese México latente y fiero, que no da marcha atrás, pero a la vez, porque ha elegido el camino de la paz, porque ha querido alcanzar las metas con el menor daño posible, para todos, para él y para el país, se controla y con su ejemplo nos ayuda a controlar las situaciones.
Es impresionante toda esa gente que ruge su apoyo, que ruge su persistencia en la lucha, que ruge su determinación y que muestra, cada vez más, que ahora si busca el triunfo, el cambio, el derecho a existir y a opinar sobre la forma en que ha de conducirse el país, su país, nuestro país y entiendo el miedo que tienen los pacíficos que se han sentido dueños hasta de nosotros. Me doy cuenta de que atacan como los perros que perciben con temor la adrenalina del que tienen enfrente y no saben que hacer porque les asusta; como una mujer que llamó a Radio Educación para decir “lo terrible que es ver a los nacos que quieren sentirse importantes una vez en su vida…”
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