Carlos Fazio
Finalmente, Estados Unidos tiene a México donde quería: en la fase de colombianización. Es decir, al borde de una intervención larvada y por etapas del Pentágono. Pasaron 13 años desde que el entonces secretario de Defensa estadunidense William Perry dijera ante 10 mil soldados y cadetes y la plana mayor de las fuerzas armadas mexicanas, en el Campo Militar No. 1, que la seguridad nacional entre su país y México era el "tercer vínculo" sobre el que ambas naciones cimentarían una relación unida, ya, por lazos políticos y económicos. Desde entonces, la "sana distancia" que había prevalecido en las relaciones entre los ejércitos de Estados Unidos y México comenzó a acortarse, y los últimos residuos de nacionalismo castrense cedieron paso a una remozada doctrina contrainsurgente de cuño estadunidense, que tomó como el "enemigo interno" al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y al Ejército Popular Revolucionario (EPR), y en años recientes a los ejidatarios de Atenco y La Parota y los pueblos de Oaxaca.
Con la coartada de la soberanía limitada y la "seguridad democrática", valiéndose de eufemismos tales como la "cooperación militar" y las "acciones mancomunadas" de las fuerzas armadas de ambos países contra los cárteles de la droga, el intervencionismo bueno del Pentágono no será ahora con bombas, misiles y proyectiles, sino con asesores, agentes encubiertos y mercenarios (que bajo la fachada de "contratistas privados de seguridad" serán los encargados del trabajo sucio en la "guerra" de Felipe Calderón contra los malos).
Todo eso ya existe, claro. Pero se intensificará con la "ampliación" de la llamada Iniciativa Mérida, que al final resultó que era el Plan México disfrazado, símil del fracasado Plan Colombia, según reveló sin aspavientos Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos. Y cosa curiosa: Mullen, el militar de más alto rango de la administración de Barack Obama, cuyo comando había identificado a México como un Estado fallido próximo a un "colapso rápido y repentino", y por tanto sujeto de una intervención militar de Estados Unidos, no acaparó las primeras planas a su paso por México.
La razón es obvia: ya había hecho su tarea. La guerra de intoxicación mediática que arreció en vísperas y tras la asunción de Obama en la Casa Blanca en enero pasado, en la que participaron el presidente saliente, George W. Bush ("México, primera línea de guerra"), el jefe del Pentágono, Robert Gates, y los titulares de los principales organismos de seguridad e inteligencia de la administración demócrata (CIA, FBI, DEA, Seguridad Interna) lograron construir la noción de México como Estado fallido, para el aterrizaje suave, ahora, de la "ayuda invasora" (Javier Ibarrola dixit) que salvará a México de los malos. Leer más
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