El avispero
Jorge Camil
El 10 de agosto pasado La Jornada publicó un cartón de Hernández en el que aparece Felipe Calderón con indumentaria de quienes se dedican a la apicultura: sombrero con red protectora y guantes que cubren manos y brazos. Calderón acaba de propinarle un garrotazo al avispero que cuelga de un árbol, y una nube de abejas persigue encarnizadamente a un pobre remendado que se da a la fuga. “Esta también es tu guerra”, le grita Calderón a la vez que le pregunta: “¿y ahora qué vas a hacer?” “¿Mi guerra?”, se preguntan cada día más sectores de la sociedad civil frente al cambio de estrategia presidencial con miras electorales (ya no es “guerra”, sino “lucha”; dejó de ser “contra el narcotráfico”, y se convirtió en un esfuerzo para “recuperar la seguridad de las familias mexicanas”).
Primero con sorpresa, y después con indignación, la sociedad contesta con el tono de quien recibe una acusación inmerecida e increpa al interlocutor: ¿ahora resulta que la guerra contra el crimen organizado es “mi guerra”? Porque eso es precisamente lo que el mandatario insinuó en los Diálogos por la Seguridad. “Tenemos una delincuencia organizada y una sociedad desorganizada”, acusó de mala gana el Presidente. Según Proceso (no. 1762), manoteó en la mesa y exigió con impaciencia “información confidencial, secreta” (no olvidemos que el sitio estaba lleno de religiosos, obligados a llevar el secreto de confesión a la tumba). Después, martillando el inicio de cada pregunta con la frase “a mí sí me interesa saber”, exigió que la sociedad civil le informe “quiénes son los que cobran las cuotas, dónde se reúnen, cómo actúan, quiénes los cobijan y se coluden con ellos”. Pidió además los nombres de ministerios públicos, jueces, policías, alcaldes y gobernadores involucrados con el crimen organizado.
“Sí me interesa saber _concluyó insistente Calderón_ y la sociedad sé que lo sabe…” ¡Menuda tarea nos deja! Porque hoy, además de temblar frente a la inseguridad y de estar a merced de la violencia, además de recoger cada día más cadáveres de militares, “daños colaterales” y sicarios, junto con pedazos del territorio nacional; además de vivir en estados y municipios que han dejado de ser parte de la República Mexicana, el mandatario nos exige convertirnos en espías y delatores del vecino.
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