Yo tambien digo no
Plaza Pública
Miguel Ángel Granados Chapa
Comencemos por poner en su sitio el sí y el no. Esos monosílabos, que sirven para afirmar y negar, poseen valores relativos: no en todos los casos es propositivo, socialmente admisible el sí; y, por el contrario, no siempre es negativo, paralizador, el no. Quienes reprochan la práctica del no parecen olvidar que su contrario conduce a la aquiescencia acrítica, anulatoria de la personalidad. Abel Quezada descubrió en los sílogos una de las lacras de nuestro sistema político y aun más ampliamente, de nuestro modo de ser. El sílogo, versión en castellano del anuente yesmen, se allana sin rubor a las aseveraciones del poderoso. Repetir el sí ante cualquier dicho desposee de su identidad a una persona, que debe ser capaz de distinguir en qué momentos y ante qué circunstancias aceptar o rehusar. El sílogo es quien informa, a la pregunta del Máximo sobre la hora, ¡la que usted ordene, Señor Presidente!
En cambio el no puede ser negativo sólo en apariencia y en el fondo servir para afirmar una posición que se juzga valiosa. Decir no a un sistema opresivo, que somete a la miseria a la mayoría o pretende privarlos de las libertades como la de hacer valer el sufragio ante el fraude, es una actitud digna de mérito y de seguimiento. En la historia -recordémoslo en este año de efemérides centuriales- Hidalgo dijo no a la dependencia y la esclavitud; y Madero empleó el signo en su reclamo, aún incumplido un siglo después: sufragio efectivo, no reelección.
Vinieron a mi cabeza estas banalidades tras leer el mensaje No a la Generación del no, supongo que pagado por todos los firmantes y aparecido en varios diarios de la Ciudad de México el martes 23 de febrero. Lo firma un abigarrado conjunto de ciudadanos, la mayor parte de ellos dotados de voz pública y algunos de poder político en su momento. Su diversidad es tal que en el elenco figuran personas respetabilísimas como el doctor Ruy Pérez Tamayo en un extremo y en el otro Ernesto Zedillo, que ocupa asientos en los consejos de administración de empresas como Kansas City Southern, Union Pacific Railroad y Citigroup, que de modo directo o indirecto se beneficiaron de su acción como presidente de la República; y que ilegalmente nos endilgó la monstruosa -por su dimensión y su índole- deuda del rescate bancario, que seguimos pagando usted, yo y sus cofirmantes, pero no él, que ya no vive en México ni paga impuestos aquí.
El objetivo central del mensaje es alegar ante el Congreso la necesidad de aprobar la reforma política iniciada por el presidente Felipe Calderón el 15 de diciembre pasado. Lo dicen sus firmantes con estilo que busca ser llano y resulta ramplón: "Amigos legisladores: aprueben las reformas y demos inicio al debate de fondo". Invierten así los términos del proceso legislativo: se precisa discutir primero y luego, llegado el caso, aprobar. Con mayor razón tiene que ser así cuando en el escenario están presentes opciones de reforma política diferentes (aunque coincidentes en algunas porciones) de la que propuso Calderón. El día mismo de la emisión del mensaje la fracción priista en el Senado presentó su propio proyecto. Y en los archiveros de las Cámaras yacen decenas de iniciativas que abordan, los legisladores han de decir si de mejor manera que Calderón, los temas enhebrados por el Ejecutivo.
El notorio apoyo a la reforma calderoniana, con desdén hacia otras posibilidades de enmiendas y adiciones a la Constitución y varias leyes, quedó confirmado por la entusiasta reacción de los partidarios del sí, los diputados del Partido Acción Nacional, en su mayoría sometidos a la línea presidencial del modo acrítico que les repugnaba cuando era practicado por los legisladores dependientes del Presidente priista. →→Leer más
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