La revolución cubana ha comenzado una nueva fase. Se trata de un proceso vivo, dinámico, en constante evolución y construcción autóctonas, lleno de parámetros originales. Por eso, habrá muchos más cambios en la isla, pero no en el sentido que los enemigos de la revolución quisieran. Que no se ilusionen.
Una vez más, Fidel Castro y la dirigencia cubana se adelantaron a cualquier expectativa de la Casa Blanca. La renuncia de Fidel a la jefatura gubernamental ocurrió en el contexto del millonario circo prelectoral estadunidense y de los crecientes signos de debilidad del presidente George W. Bush. Al final ocurrió lo que muchos preveían: Fidel se retiró del gobierno. Pero el cómo, pocos lo imaginaban. Con su habitual maestría política, Fidel manejó los tiempos con gran precisión y exhibió que Washington no tenía una estrategia para un escenario que nunca esperó: una sucesión del poder en la isla sin sobresaltos.
Diez sucesivas administraciones en la Casa Blanca esperaron por décadas la salida del poder de Fidel, y cuando, el 19 de febrero pasado, después de un largo y maduro proceso de reflexión éste anunció su renuncia, no sucedió lo que siempre había pronosticado Estados Unidos: los cubanos no salieron a festejar a las calles, el país no se colapsó ni sobrevino el caos. La razón es sencilla: Fidel Castro es un líder excepcional, un gran estadista y estratega. Pero sin la voluntad política del pueblo cubano y su capacidad de participar, pensar, decidir y autogobernarse, esa revolución ética, humanista, internacionalista y solidaria, de impronta caribeña y latinoamericana, que colocó al hombre y la mujer concretos como centro del proceso, no habría sobrevivido. Sigue leyendo
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